Pero nadie me había hablado de los amores de otoño, forjados entre las hojas caídas y la fugacidad de un invierno que se acerca. Nadie me había dicho que amar en esta estación era lo más melancólico que existe, quizás porque nadie es tan loco como para intentar soñar en los meses de la lluvia, de las castañas y las setas, cuando la naturaleza se prepara para el duro invierno.
Y como nadie me había advertido; de golpe, descubrí que estos romances son incapaces de soportar el frío, pues sin preparación veraniega sucede lo mismo que en el cuento de la zigarra y la hormiga. Solo que esta vez no hay nadie para salvarte; condenando, de esta forma, tu corazón a la oscuridad del equinoccio de navidad.
El viento sopla y se lleva todo a su paso, dejando tu alma tan vacía como las ramas de los árboles o como las noches sin la melodía de los grillos.
Y lo peor es que lo sabías, sabías que pasaría. Pero tú, como un auténtico iluso quisiste soñar en la estación equivocada, dejando en evidencia toda tu ingenuidad. Y no podrás decir que no te advirtieron, porque la razón te lo repitió una y mil veces, aunque tu corazón la callase con un salto al vacío, una sencilla y destructiva orden: <<Quiero amar.>>
Y lo hiciste. Lo llevaste a cabo con todas las consecuencias de tus actos. Y perdiste.
Porque el cuento de la lechera en otoño no funciona.
Porque solo me habían hablado de los amores de verano.