Los festivales son micro universos en miniatura; con sus playas, montes, neveras, gafas de sol, gorras, sombreros
de paja, bocadillos, comida en lata, pulseras… Todos elementos icónicos incomparables que te permiten distinguirlos unos de otros.
Son lugares únicos en los que la
vida se desarrolla a su propio ritmo. Amistades, experiencias, horas al sol,
líos y amores de verano. Tienen la capacidad de concentrar en una semana lo que
en condiciones normales necesita de meses, como si de un catalizador se
tratase.
Vives a tope durante días, tirado en cualquier parte, sin
saber qué momento de la semana es y con la certeza de que los horarios los
marcan los conciertos y el estómago.
Llega la noche y cambia el
ambiente. Gente vestida de verano, peinada, abandona los lugares de relax y
emigra en manada hacia los lugares de marcha y conciertos, donde la música
marca los compases de la noche y los DJs reviven a la peña para que la fiesta
no pare.
El peor momento de la semana es
cuando se acaba y cada uno tiene que volver a su casa y a su rutina, sabiendo que las promesas de volver a veros quedarán en simples palabras, pero
consciente de que las amistades y aventuras vividas permanecerán grabadas a
fuego en el corazón sin que el tiempo pueda borrarlas.
Porque los festivales son micro
universos en miniatura que dan sentido al verano.
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