El verano es esa época en la que cualquier persona con
ansias de libertad desearía vivir eternamente.
Son días de sol y calor, días en los que romper la
rutina es una condición indispensable para disfrutar a tope desde el mismo minuto
en el que amanece, y presenciar el atardecer no es más que la continuación de las ganas de vivir.
Es el momento de los festivales y conciertos, de
fiestas continuas de barrios y pueblos. Es el instante antes de una ola
rompiendo, de tablas y sandalias, y de gente tras una pelota corriendo. Es la
época de los colores, los pantalones cortos y el cuerpo descubierto; de los
días largos, las hogueras y los romances de verano. Es la estación de las
experiencias más intensas, de los besos a escondidas, de probar cosas nuevas;
de vivir al límite y escribir cada uno su propio cuento. Son los días con los
colegas, las risas en las calas y las excursiones por montes y montañas.
El verano es la época de la libertad, de esos tres
meses en que vivir es madurar y aprender se hace por diversión y no por
necesidad.
Todo el mundo tiene en su corazón el recuerdo de su
verano perfecto, de esos largos días que quizás con el tiempo exageramos, pero
que nos ayudan a esperar con impaciencia la llegada de la liberación.
Porque el verano es esa época y estado mental en el que desearíamos vivir eternamente.